CRÓNICA SALAMANCA
La Universidad de
nuestro tiempo
y conflicto de racionalides
Me inspira el título de este artículo
la dolorosa reconversión que está padeciendo la universidad española en
esta primera década del siglo XXI, en la confluencia de dos procesos que
sólo en apariencia parecen ofrecer procedencias diferentes, aunque en
realidad son sincrónicos, y en nuestra opinión sin duda alguna de raíz
común.
Por una parte se insiste en desmantelar el modelo de universidad pública
que se había consolidado en España desde 1983, con la implantación de la
Ley de Reforma Universitaria, aprovechando que el Pisuerga pasa por
Valladolid, es decir, con el ruido y al calor de la profunda crisis
financiera que afecta a los mercados de todo el mundo, y en particular a
las economías europeas, si bien a unas más que a otras.
En segundo lugar, se acentúa la presión para que las universidades
europeas, y desde luego las españolas, adopten un modelo de organización,
gestión, docencia e investigación de corte decididamente funcionalista y
taylorista, representado ideológicamente en el famoso Espacio Europeo de
Educación Superior, vulgo Bolonia. La retórica de las competencias, la
regulación exhaustiva de las semanas para la organización docente, la
prescripción de guías académicas de detalle, el ahogo a la autonomía del
profesor, entre otras muchas falacias, son expresiones de un “moderno”,
pero peligroso modelo de concebir la formación y el modo de aprender
dentro de la universidad.
Ahora bien, todo ello adornado de “fantásticos” modelos didácticos
virtuales que de manera esnobista suelen arrinconar lo más radical y
socrático de la docencia universitaria. Y por si fuera poco, la dudosa
autonomía y capacidad de aprendizaje de muchos alumnos, pone en solfa
para toda una generación un modelo de universidad que ayudaba a pensar
algo más, a cuestionarse ciertos problemas científicos, del hombre, de
la sociedad de cada momento. Mientras tanto, además, parece que el papel
interpelante y crítico de algunos intelectuales, vivo y activo en otras
épocas, hoy simplemente brilla por su ausencia.
Son tiempos, es verdad, muy feos y tristes, muy dados a lo acomodaticio,
a pasar de largo sobre cuestiones que interpelan a quien debe pensar
voluntaria o profesionalmente. En otras palabras, convendría rescatar la
función develadora de los intelectuales, y de las universidades en
concreto, para ofrecer reflexión y luz a una sociedad que huye de las
preguntas, y sólo requiere respuestas procedentes del mundo del becerro
de oro que representa el dios dinero en su versión más neocapitalista y
neoliberal, con su mundo particular de valores bien conocidos del lector:
ansia de prestigio, afán de dominio y poder, superficialidad, eficacia,
rentabilidad, enriquecimiento al precio que fuere, acumulación,
explotación del más débil. Y ahí, de nuevo emergiendo un modelo de
universidad para minorías, elitista, que enseña y produce a ritmo de
cuantificación, de una parcial concepción de la calidad.
Nos queda, sin embargo, algún aliento de esperanza, para no rendirnos
sin más. Lo encontramos, por ejemplo, en el llamado a la reflexión que
organiza la Universidad de la República del Uruguay. He recibido estos
días invitación para participar en el congreso que se celebrará allá en
el mes de noviembre, para reflexionar en torno al tema precisamente
titulado “Universidad y conflicto de racionalidades”. Por la
distribución de secciones y mesas observo un interés explícito por
preguntarse en Montevideo sobre el papel de la universidad, el mundo de
la razón por antonomasia, en este contexto que nos ahoga, de brutal
negación de lo público y de la necesidad de formularse algunas preguntas
sustantivas.
No podemos renunciar en las universidades a pensar sobre el hombre y los
hombres en plural, la sociedad, porque olvidaríamos la razón de ser
original de nuestra institución y de nuestra actividad docente e
investigadora. Nuestros amigos de América del Sur en esta ocasión nos
invitan a levantar los brazos para protegernos, para defender
posiciones, para avanzar por el camino de la razón y el diálogo hacia
una universidad más sólida y solidaria, menos funcionalista, doblegada
por el rígido molde de las competencias, muy modernas ellas, pero
altamente peligrosas y contaminantes en su componente ideológica. Un
halo de esperanza en el poder de la razón.
José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es
"MEMÓRIAS FICCIONADAS"
Chumbo permanente
– Então Seixo, é desta?
– Talvez, eu sei lá... Já não posso ver a sebenta à minha frente. Lida e
relida, de trás para a frente, de frente para trás. Mas do Fortunatum
espera-se sempre o pior.
E lá foi, apreensivo, para a sala de exame. Até os colegas da Associação
tinham perdido a conta às vezes a que ele se apresentara ao exame de
Finanças Públicas. Só lhe faltava aquela disciplina, de 3º ano, para
acabar o curso e poder seguir então para os dois anos da licenciatura.
Horas volvidas, a caminho da cantina, acercámo-nos de Seixo e
perguntámos curiosos:
– Que tal correu?
– Fiz tudo. Escrevi bastante. Mas… – e encolhia os ombros com ar céptico
e visivelmente cansado do esforço realizado durante as duas horas de
prova.
Dias depois, lá vinha a sentença: Reprovado! A história repetia-se.
Seixo era a versão académica da condenação de Sisífo. Dali não podia
sair, nem por transferência, pois aquele curso – Administração
Ultramarina – só existia no ISCSP. Recorrer a quem, reclamando justiça,
se o regente da cadeira era o próprio director do Instituto?! Aqueles
não eram tempos de recursos e equidades. Ali prevalecia o
quero-posso-e-mando de um certo revanchismo que não percebera que a
crise académica de 69 era o princípio do fim. Toda aquela animosidade
vinha dessa altura, quando os campos se extremaram de tal modo que o
confronto só terminou com a invasão policial. As Associações Académicas,
pela agenda política e cultural que perseguiam, eram alvos a abater. Bem
ao contrário dos dias de hoje, onde as Associações comem à mesa do
Orçamento de universidades e politécnicos e mais se assemelham a
agências empreendedoras de música pimba e consumo de cerveja, com agenda
única centrada nas alarves praxes e nas bacocas queimas das fitas.
O descontraído Faustus, um músico encantado pela política, e o
engravatado Seixo, já então funcionário do Ministério do Ultramar,
envolviam-se em picardias intelectuais, à hora do almoço, seguidas, com
deleite e ávido interesse, pelos caloiros do associativismo, em
tirocínio no activismo político, como Arcílio, sedentos de uma
aprendizagem que aqueles seniores lhes proporcionavam. Seixo, nesses
debates, questionava a falta de pragmatismo subjacente ao conceito de
“revolução permanente” que deleitava, na altura, Faustus. Este, por sua
vez, criticava Seixo de reformismo. Retóricas divergentes de um
romantismo de cartilha que não os impediu de integrar a lista (única)
candidata à Associação Académica, cujo lema era “O teu voto. A tua
crítica”. Seixo aparecia como Presidente da Assembleia-Geral e Faustus
como Presidente da Direcção; faziam igualmente parte dessa equipa Jonas
Guevara, a vice-Presidente, Morenus, a presidir ao Conselho Fiscal, e
Arcílio, como 1º Vogal da Direcção. Movia-os uma vontade indómita de
mudar o “pântano”, pugnando a liberdade e a autonomia, e combatendo a
única coisa que lhes garantiam após a conclusão dos cursos – a guerra
colonial. Para V. Fortunatum, o sombrio Director, aquilo era gente
subversiva, ponto. A tutela, em conformidade, não homologou o acto
eleitoral.
V. Fortunatum era uma figura parda, seco de carnes e de espírito. Na sua
pequenez intelectual, levou aquele braço de ferro, com Seixo, até aos
limites da razoabilidade. Toda a gente, no ISCSP, conhecia o historial
de ódio académico que nutria por um dos mais distintos e promissores
alunos da escola. E as idas ao exame de Finanças Públicas sucederam-se
até… ao 25 de Abril.
Foi a Revolução que, também ali, apeou o Director e o Conselho Escolar.
Seguiram-se os saneamentos e, naturalmente, V. Fortunatum ia no lote dos
primeiros. E foi só assim que Seixo conseguiu fazer a cadeira de
Finanças Públicas apesar de, há anos, saber a sebenta de cor e salteado.
Em fase adiantada da nossa democracia, Seixo foi embaixador no Brasil e
em França e viria a exercer o lugar de Secretário dos Assuntos Europeus
nos governos de Guterres. Arcílio desconfia que também nesses Executivos
devia haver por lá um qualquer “V. Fortunatum” que o impediu de chegar a
ministro. E quando assim é, estende-se a passadeira rosa para um alto
cargo… no estrangeiro. Seixo foi parar à ONU como representante
Permanente de Portugal e aí exerceu a presidência da Comissão de
Economia e Finanças. As leituras, até à exaustão, daquela sebenta de
Finanças haviam de ter algum proveito. A vingança, chegou tarde, mas de
luva branca!
Luís Souta
luis.souta@ese.ips.pt
CRÓNICA
Cartas desde la
ilusión
Querido Amigo:
Hoy te escribo desde un estado de mayor relajación, ya que se han
acabado las clases de este curso y ahora ya no tenemos la preocupación
por los alumnos, aunque seguimos lidiando con toda la carga burocrática
que se nos viene encima (que, supongo que estarás de acuerdo conmigo)
para mí, al igual que para muchos otros, es una carga peor.
Dejando de lado las “cargas burocráticas”, hoy quiero comentarte algo en
perspectiva de futuro. Bien es cierto que estos momentos finales de las
aulas se prestan, por sí mismos, a la evaluación, a la toma de
conciencia de lo realizado, y a la extracción de conclusiones para el
nuevo curso que comenzará dentro de casi tres meses. En alguna de mis
cartas anteriores ya te comenté algo sobre el aprendizaje cooperativo.
Hoy vuelvo sobre ello por dos razones. La primera, porque es uno de los
principios metodológicos que se disponen para el desarrollo de la
competencia “aprender a aprender”, y la segunda, porque en nuestro
último claustro hemos decidido, por unanimidad de todos los profesores,
comenzar a construir nuestra “comunidad de aprendizaje”.
Los profesores de mi centro queremos hacer una auténtica comunidad de
aprendizaje y, para ello, hemos reconocido que si hacemos que nuestros
alumnos trabajen cooperativamente, en “comunidad”, conseguiremos que
ellos vayan tomando poco a poco conciencia de sus propios procesos
cognitivos y emocionales y, a partir de ellos, vayan tomando, también
poco a poco, las riendas de su propio aprendizaje y la responsabilidad
que en este sentido les corresponde. Hemos entendido (es nuestra visión),
que si queremos que nuestro centro educativo sea realmente un “centro
educativo de calidad”, tenemos que asumir este presupuesto del
aprendizaje autónomo de nuestros alumnos. Si el centro educativo es un
centro de calidad, y quiere tener éxito, la/el alumna/o es aquella/aquel
que sabe cómo proceder en cada uno de los procesos instructivos; tiene
lo que Herbert A. Thelen llama “captaincy of self” (“capitaneo” de sí
mismo), lo que le permite, en las situaciones educativas, “ser
consciente de las muchas elecciones de ejecución entre las que puede
elegir, tomar las decisiones oportunas en cada caso, actuar y ver qué
sucede, revisar el proceso y analizarlo con la ayuda de libros y otras
personas, y pensar sobre el proceso y extraer conclusiones tentativas” (Education
and the Human Quest, 1972: 27).
Los profesores hemos asumido, en este sentido, que NO DEBEMOS SER
NOSOTROS los que tomemos las decisiones en el aula, sino que tenemos que
hacer que, poco a poco, nuestros alumnos vayan asumiendo esa tarea y esa
responsabilidad. Nosotros permaneceremos a su lado, como meros
“catalizadores” del proceso y ejerciendo, sobre todo, el “andamiaje” de
su progreso. Sabemos que no resultará fácil, porque tenemos una “inercia
psicológica” producida por nuestros años de intervención educativa
anterior que pesa mucho, pero nos hemos propuesto, como comunidad
educativa, estar muy atentos a las manifestaciones de esta inercia y
tratar de romperla y eliminarla cuanto antes. La base de este proceso es
la confianza en nuestros alumnos. Si no confiamos en ellos, muy
fácilmente tenderemos a “ayudarles” de una manera incorrecta, tomando
decisiones que ellos deberían tomar. Asumimos que esto es, inicialmente,
difícil y que supone un reto muy grande, pero vamos a intentarlo.
Por eso, hemos asumido y aceptado que, al trabajar con los otros (los
profesores con los profesores, los profesores con los alumnos y los
alumnos con los alumnos), debemos ponernos de acuerdo en los objetivos
y, por tanto, pensar sobre ellos; también debemos consensuar cómo
avanzar, cómo pensar sobre las estrategias y las fases; asimismo,
debemos detectar errores propios y ajenos, y dar explicaciones de por
qué lo consideramos un error; y, por último, debemos llegar a una
solución compartida, y explicar por qué ésa es la solución correcta.
Todo esto tiene que llevarse a cabo en lo que respecta a la programación
del curriculum a lo largo del próximo curso (y no sólo en el
funcionamiento diario del aula, en el que se plantearán problemas y
tareas a los alumnos para que ellos los resuelvan utilizando todos los
recursos que tienen a su alcance). Por eso, nuestra programación del
curriculum va a ser conjunta: es decir, los profesores vamos a
programar, entre todos, todo el curriculum escolar anual, con el fin de
conseguir una unidad de acción que nos lleve al éxito al garantizar que
los profesores de Educación Primaria saben lo que hacen o harán los
educadores de Educación Secundaria y viceversa. Con esto, pretendemos
romper el tradicional aislamiento que tiene lugar entre la enseñanza
Primaria y la Secundaria. Me gustaría profundizar en este sentido de la
planificación vertical del curriculum (junto con la planificación
horizontal) y en nuestra nueva “mentalidad” o “visión” de nuestro centro
como “comunidad de aprendizaje”, pero no me queda más espacio. Espero
que en próximas comunicaciones te vaya transmitiendo tanto mis ideas y
reflexiones como nuestra práctica educativa a lo largo del próximo
curso. Te deseo un feliz verano y que disfrutes del descanso tan
merecido...
Como siempre, salud y felicidad.
Juan A. Castro Posada
juancastrop@gmail.com
PRIMEIRA COLUNA
Da política à
prática...
“Não podemos salvar uma aldeia
condenando três crianças pobres à má qualidade educativa. É de enorme
cinismo estar contra a política de reordenamento da rede escolar”. As
palavras são de Maria de Lurdes Rodrigues, ex-ministra da Educação e
foram proferidas durante um encontro com jornalistas, no início deste
mês, na apresentação do seu livro “A Escola Pública pode fazer a
diferença”.
Com a frontalidade com que habituou os portugueses, Maria de Lurdes
Rodrigues considera que manter abertas escolas com poucos alunos não
evita a desertificação. As palavras da antiga ministra de Educação
ganham dimensão numa altura em que a sua sucessora no cargo quer
acrescentar mais 500 escolas às 2500 encerradas nos quatro anos e
qualquer coisa em que liderou os destinos do ensino no nosso país.
A proposta do Ministério é simples: as escolas com menos de 21 alunos do
mesmo nível de ensino devem ser encerradas. A Associação Nacional de
Municípios, no acordo assinado com o Governo, compromete-se a que os “os
municípios colaborem com as direcções regionais de educação no sentido
de analisar as situações de escolas do 1.º ciclo com uma dimensão
inferior a 21 alunos, procurando encontrar soluções ao nível da
reorganização da rede escolar de modo a enquadrar esses alunos em
escolas com melhores condições de ensino e aprendizagem”.
A questão não é nova e não pode ser analisada de forma radical, como por
vezes se tende a fazer, sobretudo através de posições publicadas na
Imprensa, quer de uma, quer de outra parte. A educação e o acesso
igualitário a um ensino moderno, de qualidade, para todas as crianças e
jovens deve ser um direito universal. Nessa questão todos os
intervenientes parecem estar de acordo. Mas noutras, como a
transferência de alunos de uma para outra escola, o caso muda de figura.
O ideal era nenhuma escola fechar. Mas para isso teria que haver alunos
suficientes de forma a evitar situações em que na mesma sala de aulas um
professor ministre a meia dúzia de alunos quatro níveis diferentes de
ensino. É algo que, na minha perspectiva, não garante as mesmas
oportunidades a esses alunos daquelas que outros, por se encontrarem em
centros escolares bem apetrechados, têm. Mas neste contexto há muitas
outras perspectivas, por exemplo: transportar os alunos para um centro
escolar poderá significar que esses alunos tenham que sair de casa de
noite e regressar muito depois do sol se ter posto.
A decisão não é fácil e, sobretudo no interior do País, esta questão
deve ser analisada com pinças, medindo-se os prós e os contras da
posição que vier a ser tomada. Esta será sempre uma decisão política, já
a falta de crianças nas aldeias e em muitas freguesias é mais uma
questão prática... mas isso são outras conversas...
João Carrega
carrega@rvj.pt
CRÓNICA
Memórias de José
Saramago
Conheci José Saramago no distante ano
de 1973. O Jornal do Fundão organizou um célebre Encontro de Teatro, o
que fez com que acorressem ao distrito dezenas de intelectuais
empenhados cultural e politicamente contra a ditadura obscurantista, que
tinha da actividade cultural um conceito pacóvio, ao mesmo tempo que
reprimia (pelo menos tanto quanto podia) o que de mais inovador e
progressista os nossos criadores traziam à luz do dia. José Saramago era
um desses e esteve presente.
Eu era um recém poeta; tinha editado em 1972 o meu primeiro livro, do
qual ele gostou e, facto que registo com orgulho e alguma vaidade até,
prontificou-se a vender alguns exemplares em Lisboa.
Foi o início duma longa amizade, depois camaradagem, que nos fez
reencontrar e corresponder durante os anos em que ele viveu em Portugal.
Quando José Saramago recebeu o prémio Nobel, não cabia em mim de
alegria, como se o prémio fosse meu. Saudei-o por fax em Lanzarote.
O que acabo de dizer terá sido o sentimento de milhões de portugueses: o
orgulho de termos entre nós, alguém que nasceu aqui, que falava e
escrevia na mesma língua, galardoado com o maior de todos os prémios,
reconhecido internacionalmente e ao mais alto nível.
O país curvou-se perante esta figura ímpar das nossas letras, inovador,
empenhado, interventivo e militante das grandes causas, às quais dava a
voz e o rosto, muitas vezes contra velhos do Restelo ou apenas figuras
decorativas, marionetas reaccionárias.
Veio depois a igreja católica que, passados tantos anos, ainda não
aprendeu a quedar-se no local a que pertence. A hierarquia católica
criticou José Saramago ferozmente. Não o queimou porque não tinha lenha
para a sua dimensão. Quis chamuscá-lo, ridícula. Quando José Saramago
morreu, a 18 de Junho, o osservatore romano destilou o último veneno: já
não era preciso, Saramago já não ouvia, nem na terra, nem a caminho de
coisa alguma. Coerentes! Retrógrados e coerentes.
Nas justas exéquias oficiais que lhe foram prestadas, muitos foram os
que quiseram associar-se ao Homem e ao Escritor de excepção que foi José
Saramago. Com muitas vezes nestas circunstâncias, muita hipocrisia se
viu também. Mas a esmagadora maioria foi gente simples, foram leitores
da sua obra, foram camaradas e amigos que quiseram naquele momento
prestar uma derradeira e reconhecida homenagem.
Os três ex-presidentes da República, eleitos pós 25 de Abril,
independentemente de óbvias divergências políticas, estiveram presentes.
Na verdade, tratava-se da última homenagem a quem levou, em vida, mais
longe a língua e a cultura portuguesa.
Cavaco, o actual presidente da República, estava de férias nos Açores.
Não discerniu o dever institucional de estar presente. Pobre presidente!
João de Sousa Teixeira
teijoao@gmail.com
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