| 
       CRÓNICA SALAMANCA 
      Universidades 
		Corruptas 
		  
		El tiempo de las vacaciones de verano 
		puede ser muy propicio para cambiar de actividad respecto a las 
		habituales, pero también para practicar el muy noble arte de la lectura. 
		Como de leer se trata, y con frecuencia de leer para pensar, además de 
		recomendar el acercamiento pausado al periódico de cada día, a la 
		revista del mes, o a la novela que alguien nos ha sugerido, por mi parte 
		me permito lanzar alguna propuesta lectora, de tema universitario, en 
		este caso. 
		 
		Jacques Hallak y Muriel Poisson han publicado recientemente en ediciones 
		UNESCO un libro muy enjundioso, de título explícito, pues no conlleva 
		confusiones hermenéuticas. Se trata de “Escuelas corruptas, 
		universidades corruptas ¿Qué hacer?”. Paris, UNESCO, 2010, páginas 348. 
		Se puede consultar en inglés, español y francés accediendo 
		electrónicamente a UNESCO y página del Instituto Internacional de 
		Planeamiento de la Educación. Ambos autores son consultores de la UNESCO 
		y vienen estudiando desde hace años el tema “Etica y corrupción en la 
		educación”. 
		 
		La lectura de este documentado trabajo que toma como telón el marco 
		educativo mundial, con datos y referencias reales a cientos de paises, y 
		sus instituciones educativas, despierta en nosotros dormidas reflexiones 
		sobre vías interesantes de búsqueda de prácticas honestas, de pensar en 
		lo público desde una lectura educativa, política y pedagógica. Tendremos 
		que volver a su consulta en más de una ocasión, pues el tema no tiene 
		desperdicio, si bien ahora nos llama la atención la cuestión de fondo: 
		la dialéctica de la ética y la corrupción en la gestión de una 
		institución pública, tanto en los aspectos netamente económicos, como en 
		otros mucho más sutiles, cuando se actúa desde alguna posición de 
		responsabilidad institucional, por menor que parezca. 
		 
		La corrupción, en este contexto y para los autores, es el uso 
		sistemático del cargo público en beneficio privado, pero con impacto 
		notorio en la disponibilidad y calidad de bienes y servicios educativos. 
		La corrupción , de esa forma, pone en peligro el servicio público de la 
		educación, más aún cuando el sector educativo es único y diferente en la 
		medida en que resulta fundamental para prevenir la corrupción entre la 
		ciudadanía. Por ello nos parece tan determinante tratar de eliminar de 
		raíz , o al menos mitigar, las prácticas corruptas diarias que se 
		producen en escuelas, y sobre todo en muchas universidades de nuestro 
		entorno, donde algunos listos se apropian de forma habitual de elementos 
		públicos para acopio o disfrute particular. 
		 
		Seguramente que debemos aceptar, en la mayoría de los casos, que 
		nuestras universidades públicas disfrutan de buena salud económica, 
		ética y democrática. Pero hemos de admitir, de inmediato, que están al 
		acecho las prácticas corruptas de algunos de sus gestores de elevado o 
		medio rango en los Rectorados, Decanatos, directores de Departamento o 
		Instituto, profesores influyentes (también llamados mandarines en el 
		argot interno), responsables editoriales, referees de trabajos de 
		investigación, y hasta un joven secretario (también en femenino) de 
		cualquiera de las innumerables instancias de poder e influencia que 
		conviven en una universidad. Por no hablar, claro está, de prácticas 
		poco honestas de algunos administrativos (el genérico PAS es 
		suficiente), y de algunos liderazgos estudiantiles que buscan (y con 
		frecuencia encuentran) compensaciones posteriores de muy dudosa 
		fiabilidad ética y democrática. 
		 
		Es evidente que quien maneja mayores oportunidades en el ejercicio del 
		poder universitario corre mayor riesgo de corrupción, como se viene 
		mostrando últimamente que ocurre con algunos políticos en cualquiera de 
		las escalas municipales, autonómicas o centrales. El mapa de la 
		corrupción entre nuestros políticos no es generalizado, pero tampoco 
		hablamos de casos tan aislados, pues en la medida que se actúa con 
		democracia, control y transparencia emergen los corruptos como setas en 
		un otoño lluvioso. 
		 
		En la universidad pública de nuestro tiempo pueden darse algunas 
		prácticas de corrupción económica, por aquello de no dar nunca por 
		concluido un asunto. Pero con seguridad que son actuaciones menores y 
		muy aisladas, dado el elevado grado de control y democracia interna, y 
		de dependencia financiera externa, que por fortuna se ha impuesto desde 
		el avance democrático que representó la Ley de Reforma Universitaria de 
		1983. 
		 
		Pero con mucha más frecuencia se dan corrupciones de otro tipo, que son 
		difíciles de superar todavía hoy. En los ambientes universitarios no 
		resulta fácil extraer y obtener elementos de confirmación de muchas de 
		las prácticas de corrupción que nos rodean de manera inmisericorde, pero 
		claro que se dan. El catedrático que logra colocar a su mujer, a su hijo 
		y demás parentela en su mismo Departamento, o en uno próximo que 
		controla algún amiguete. El que se monta de vez en cuando medallas o un 
		homenaje a su persona para culto de una vanidad tan patética como 
		patológica, pero con acólitos mudos que le siguen. El mandarín que con 
		estilo mafioso, <a lo corleone>, genera presión, acoso y clientelismo 
		entre los débiles, y que nunca se jubila del todo, porque sus tentáculos 
		son alargados. El profesor que añora los tiempos de una cátedra “more 
		feudale” para dictar órdenes en todo lo que se mueva en su entorno, 
		sometiendo a persecución total y ostracismo a quien se atreve a 
		contradecirle , o tener opinión diferente. El profesor (también en 
		femenino) que no atiende a sus alumnos de forma debida, que los 
		desprecia y suspende sin contemplación ni explicación, el que no aparece 
		por el aula porque detesta la docencia con los alumnos, y envía de forma 
		sistemática al ayudante para que le resuelva la oscura papeleta de la 
		relación cotidiana con los estudiantes. El listado de casos y causas es 
		muy largo, y cortamos aquí. 
		 
		La defensa de la ética real en la vida cotidiana de las instituciones 
		educativas, y en concreto las universidades, tiene un valor añadido, por 
		el carácter preventivo y ejemplarizante que desempeña la educación (y 
		sus instituciones) para la ciudadanía de cualquier edad. Por eso debe 
		ser un reto moral permanente de todos los implicados en la educación, en 
		la universidad, pero también de toda instancia ciudadana, que desde un 
		Estado de derecho deben ir denunciando y corrigiendo las muchas 
		corruptelas que se producen. En beneficio de la salud moral y ciudadana 
		de todos. De eso habla este recomendable libro que Hallak y Poisson han 
		preparado para lectura y cumplimiento de muchos paises del mundo, 
		incluidos los de nuestro entorno.  
      	 
      José María Hernández Díaz 
		Universidad de Salamanca 
		jmhd@usal.es 
        
		  
		  
      CRÓNICA 
      Cartas desde la 
		ilusión 
        
		Querido Amigo: 
		 
		En mi carta anterior te hablaba de nuestro propósito, como centro 
		educativo, de constituirnos y funcionar como una comunidad de 
		aprendizaje. 
		 
		Confieso que no fue fácil conseguir un consenso para tomar esta decisión 
		(que, por supuesto, sólo asumiríamos desde el consenso, y no desde la 
		división; si no hay consenso, estas nuevas propuestas están condenadas 
		al fracaso, como sabes). Pero había un factor que obraba en nuestro 
		favor: todos estábamos convencidos de la necesidad de cambiar. Una vez 
		que se manifestó este consenso, comenzamos a hacer una campaña de 
		reflexión sobre lo que supondría la organización de nuestro centro como 
		una comunidad de aprendizaje. Sabíamos que esto era un desafío para 
		nuestro desarrollo personal y profesional, y que todos estábamos 
		dispuestos a aceptar este reto con todas sus consecuencias. 
		 
		La campaña de reflexión giró en torno a algunos pensamientos formulados 
		por investigadores en este ámbito. Así, nuestro slogan inicial fue la 
		frase formulada por Lucianne Carmichael: “Teachers are the first 
		learners” (los profesores son los primeros aprendices). Puedes suponer 
		la cantidad de pensamientos que afloraron del grupo de profesores como 
		consecuencia de haber asumido voluntariamente esta realidad. 
		 
		Junto con este slogan, resultó muy productivo, también, el contacto con 
		esta otra sentencia: “Muchos teóricos del Diseño Instruccional están 
		pidiendo enfoques más situados del diseño de la instrucción, animando a 
		los profesores y a los grupos locales a apropiarse del proceso de diseño 
		y adaptar sus métodos y objetivos a las necesidades de los alumnos y a 
		las de todas las personas interesadas en el proceso (Wilson, Teslow & 
		Osman-Jouchoux, 1995). Aceptar esto supone dos cosas muy importantes: 1) 
		los profesores somos los que tenemos que decidir qué y cómo aprenden 
		nuestros alumnos, cosa que hasta ahora había decidido el Ministerio de 
		Educación a través de los libros de texto homologados, y 2) nuestra 
		actividad educativa tiene que girar en torno a los alumnos y a su 
		necesidades en nuestro contexto concreto, y no en torno a necesidades 
		“académicas” supuestamente universales. Una consecuencia práctica que se 
		deriva de esto es la eliminación de la importancia de los libros de 
		texto, que, en adelante, pasarán a ser libros de consulta, junto con 
		otras fuentes primarias y secundarias que no tienen por qué estar 
		homologadas por el Ministerio de Educación. 
		 
		Adicionalmente, hemos reconocido la necesidad de crear un “ambiente de 
		aprendizaje” en el que el aprendiz asume más dirección y control sobre 
		los objetivos, los contenidos y los métodos (Wilson, 1996). 
		Evidentemente, esto supone un cambio de actitud en el profesorado, 
		pasando de actuar “por delante” de nuestros alumnos, a ser meros 
		catalizadores del proceso que cuya dirección y responsabilidad tienen 
		que asumir ellos (¿recuerdas cuántas veces te he comentado esta 
		necesidad de que los profesores seamos “catalizadores” del proceso de 
		aprendizaje de nuestros alumnos?). Hasta ahora, los profesores 
		decidíamos los objetivos, los contenidos y los métodos… nuestro reto, en 
		adelante, es conseguir que sean nuestros alumnos quienes tomen ese tipo 
		de decisiones. Por supuesto, hemos asumido que estas decisiones se 
		dejarán en manos de los alumnos en función de su edad y su madurez tanto 
		personal, como grupal y académica. Hemos decidido, en consecuencia, que 
		durante la Educación Básica o Primaria, seamos los profesores quienes 
		asumimos esa responsabilidad, pero, a la vez, habremos de promover un 
		entrenamiento lento, aunque constante, para que, al llegar a la 
		Educación Secundaria, ya sean nuestros alumnos capaces de asumir esa 
		responsabilidad. Es una cuestión de entrenamiento tanto de nosotros 
		mismos como de nuestros alumnos, y es un gran reto que se basa en la 
		confianza creciente en nuestros alumnos como personas y como individuos 
		capaces de ir encontrando, poco a poco, las líneas directrices de su 
		trabajo futuro (en esto no olvidamos la complicidad y la colaboración de 
		los padres). Así estaremos “en línea” con las exigencias que impone el 
		desarrollo de la competencia de “aprender a aprender”. 
		 
		No quiero cansarte más, y te dejo, pero con esta nueva cita de DuFour & 
		Eaker (1998) que nos ha servido mucho en nuestra reflexión: “Si los 
		centros quieren ser significativamente más eficaces, tienen que romper 
		con el modelo industrial sobre el que fueron creados y abrazar el nuevo 
		modelo que les capacita para funcionar como organizaciones de 
		aprendizaje. Preferimos caracterizar las organizaciones de aprendizaje 
		como ‘comunidades de aprendizaje profesional’ por varias razones vitales. 
		Mientras el término ‘organización’ sugiere una asociación basada en la 
		eficacia, la conveniencia y los intereses recíprocos, la ‘comunidad’ 
		pone un mayor énfasis en las relaciones, los ideales compartidos y una 
		cultura fuerte, todos ellos factores que son críticos para la mejora del 
		centro educativo. El reto para los educadores es crear una comunidad de 
		compromiso, una comunidad de aprendizaje profesional. Parece muy simple, 
		pero, como dice el viejo adagio, ‘el diablo está en los detalles’”. 
		 
		Como siempre, salud y felicidad.   
		Juan A. Castro Posada 
		juancastrop@gmail.com 
		  
		  
		  
      PRIMEIRA COLUNA 
      Saber empreender 
		  
		É nas alturas de crise que se criam as 
		oportunidades. Nunca antes a questão do empreendedorismo foi tão 
		debatida nas instituições de ensino superior portuguesas. O incutir nos 
		jovens a necessidade de inovarem, de arriscarem naquilo em que 
		acreditam, de criarem eles próprios ideias de negócios, numa lógica 
		pró-activa, começa a dar os seus resultados nas mais variadas áreas. 
		 
		O concurso Poliempreende, desenvolvido pelos institutos politécnicos 
		portugueses, é um bom exemplo de como se podem desenvolver ideias de 
		negócio, envolvendo toda a comunidade académica, e criando condições 
		para que esses projectos consigam singrar. O concurso teve inicio no 
		Politécnico de Castelo Branco e numa primeira edição apenas envolveu 
		alunos e docentes das escolas daquela instituição. Rapidamente o 
		Poliempreende cativou os restantes institutos politécnicos e hoje 
		envolve todas essas instituições, assim como parceiros de elevada 
		credibilidade. As universidades também desenvolveram os seus programas 
		para que os seus alunos sejam empreendedores e há empresas de ponta que 
		nasceram assim.  
		 
		Mas se os desafios, como o Poliempreende, são importantes para aguçar a 
		arte dos estudantes e docentes, a inclusão de disciplinas ou de matérias 
		relacionadas com o empreendedorismo nos diferentes cursos, é uma 
		realidade em muitas instituições. Este pequeno grande pormenor pode 
		fazer a diferença num País em que a mentalidade que vincou durante 
		muitos anos foi a de que bastava um curso para se ter um emprego 
		garantido. Acontece que a sociedade evoluiu, o mundo mudou e as 
		oportunidades não podem ser vistas apenas entre duas linhas e na 
		expectativa de que alguém irá ter com os jovens diplomados 
		oferecendo-lhes o tão almejado emprego, de preferência com um vencimento 
		que não envergonhe quem andou no ensino superior. Isso não existe e a 
		oportunidade dos jovens diplomados poderem desenvolver as suas 
		oportunidades de negócio deve ser vista com seriedade. 
		 
		As instituições de ensino superior perceberam isso e muitas autarquias 
		também. Uniram esforços e além da teoria, criaram parcerias para abrirem 
		incubadoras de empresas, permitindo que os jovens ao concretizarem as 
		suas ideias de negócio tivessem um espaço para começar a trabalhar. 
		Acolhendo-os durante um determinado período. Como bem referiu a Ministra 
		do Emprego, Helena André, em Beja, este tipo de estruturas pode e deve 
		potenciar o futuro. Assim as instituições consigam articular-se entre si 
		de forma firme e sem burocracias, para que quem decide apostar no seu 
		próprio negócio não fique preso às teias dos papéis e das reuniões 
		indecisivas de que os serviços públicos são mestres. Se estes obstáculos 
		conseguirem ser eliminados, o País e os jovens diplomados sairão a 
		ganhar...   
		 
		João Carrega 
		carrega@rvj.pt 
		  
		  
		  
      CRÓNICA 
      Ainda José Saramago 
		  
		Um dos textos de José Saramago que mais 
		me impressionaram, foi em Objecto Quase, editado em 1978, o conto A 
		Cadeira. As obras fundamentais do escritor não tinham visto então a luz 
		do dia. 
		 
		A narrativa poderosa e metafórica de A Cadeira é algo que nunca esquece, 
		por mais anos que vivamos. Lembro-me que a minúcia era tanta, a 
		descrição era tal, que quase exasperava. Porém, era impossível largar o 
		texto. Teve que ser lido por uma vez e só no fim pude desfrutar do 
		prazer que tal leitura me proporcionou.  
		 
		O texto de que falo era metáfora da célebre queda sofrida pelo ditador 
		Salazar em 1968: “A cadeira começou a cair, a ir abaixo, a tombar, mas 
		não, no rigor do termo, a desabar”… 
		 
		A cadeira dos nossos dias, no rigor do termo, não estará igualmente a 
		desabar.  
		 
		O bicho que lhe mina a madeira e deixa buracos, quase sulcos, não passam 
		de pueris armadilhas. Também a almofada que forra o assento, sendo o 
		suporte ideal para quem se instala com nenhuma vontade de levantar o 
		rabo, é podre e mal cheirosa. Fede de mentiras, de promessas não 
		cumpridas e de tantas outras malfeitorias, que a simples insinuação do 
		utente de se levantar é imediatamente julgada como nova malfeitoria. 
		 
		Dizem alguns, em alegada defesa do sentado, que não é a cadeira de 
		antanho; esta é uma cadeira democrática, desconfortável, onde só tem 
		assento quem for dono de um elevado espírito de sacrifício e sentido 
		patriótico. Pois seja então. Não se sacrifique mais por esta gentalha em 
		pé: levante-se e caminhe, não se lhe pede tamanho sacrifício.  
		 
		Não faltarão cadeiras oferecidas quais rameiras, estofadas, em mogno ou 
		design modernaço, mas cadeiras. Democráticas ou não, capazes de suportar 
		tamanho rabo, ainda que à custa das nossas costas… 
		 
		A cadeira parece assim recorrente na história portuguesa, bem como a 
		dança das cadeiras. Mas não é a dança que nos preocupa agora; 
		preocupa-nos simplesmente a cadeira e a forma como se senta quem dela 
		faz lugar absoluto contra tudo e contra todos.  
		 
		Deixemos pois, que se mantenha sentado, mas não para que descanse ou lhe 
		pareça que todos os que estão de pé foram invadidos duma espécie de 
		comiseração para com o instalado, e muito menos que aguardam 
		pacientemente a destruição pelo bicho da madeira. Não, desta feita, é 
		necessário deitar a cadeira abaixo.   
		 
		João de Sousa Teixeira 
		teijoao@gmail.com 
           |