Director Fundador: João Ruivo    Director: João Carrega    Publicação Mensal    Ano XIII    Nº150   Agosto 2010

Opinião

CRÓNICA SALAMANCA

Universidades Corruptas

El tiempo de las vacaciones de verano puede ser muy propicio para cambiar de actividad respecto a las habituales, pero también para practicar el muy noble arte de la lectura. Como de leer se trata, y con frecuencia de leer para pensar, además de recomendar el acercamiento pausado al periódico de cada día, a la revista del mes, o a la novela que alguien nos ha sugerido, por mi parte me permito lanzar alguna propuesta lectora, de tema universitario, en este caso.

Jacques Hallak y Muriel Poisson han publicado recientemente en ediciones UNESCO un libro muy enjundioso, de título explícito, pues no conlleva confusiones hermenéuticas. Se trata de “Escuelas corruptas, universidades corruptas ¿Qué hacer?”. Paris, UNESCO, 2010, páginas 348. Se puede consultar en inglés, español y francés accediendo electrónicamente a UNESCO y página del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación. Ambos autores son consultores de la UNESCO y vienen estudiando desde hace años el tema “Etica y corrupción en la educación”.

La lectura de este documentado trabajo que toma como telón el marco educativo mundial, con datos y referencias reales a cientos de paises, y sus instituciones educativas, despierta en nosotros dormidas reflexiones sobre vías interesantes de búsqueda de prácticas honestas, de pensar en lo público desde una lectura educativa, política y pedagógica. Tendremos que volver a su consulta en más de una ocasión, pues el tema no tiene desperdicio, si bien ahora nos llama la atención la cuestión de fondo: la dialéctica de la ética y la corrupción en la gestión de una institución pública, tanto en los aspectos netamente económicos, como en otros mucho más sutiles, cuando se actúa desde alguna posición de responsabilidad institucional, por menor que parezca.

La corrupción, en este contexto y para los autores, es el uso sistemático del cargo público en beneficio privado, pero con impacto notorio en la disponibilidad y calidad de bienes y servicios educativos. La corrupción , de esa forma, pone en peligro el servicio público de la educación, más aún cuando el sector educativo es único y diferente en la medida en que resulta fundamental para prevenir la corrupción entre la ciudadanía. Por ello nos parece tan determinante tratar de eliminar de raíz , o al menos mitigar, las prácticas corruptas diarias que se producen en escuelas, y sobre todo en muchas universidades de nuestro entorno, donde algunos listos se apropian de forma habitual de elementos públicos para acopio o disfrute particular.

Seguramente que debemos aceptar, en la mayoría de los casos, que nuestras universidades públicas disfrutan de buena salud económica, ética y democrática. Pero hemos de admitir, de inmediato, que están al acecho las prácticas corruptas de algunos de sus gestores de elevado o medio rango en los Rectorados, Decanatos, directores de Departamento o Instituto, profesores influyentes (también llamados mandarines en el argot interno), responsables editoriales, referees de trabajos de investigación, y hasta un joven secretario (también en femenino) de cualquiera de las innumerables instancias de poder e influencia que conviven en una universidad. Por no hablar, claro está, de prácticas poco honestas de algunos administrativos (el genérico PAS es suficiente), y de algunos liderazgos estudiantiles que buscan (y con frecuencia encuentran) compensaciones posteriores de muy dudosa fiabilidad ética y democrática.

Es evidente que quien maneja mayores oportunidades en el ejercicio del poder universitario corre mayor riesgo de corrupción, como se viene mostrando últimamente que ocurre con algunos políticos en cualquiera de las escalas municipales, autonómicas o centrales. El mapa de la corrupción entre nuestros políticos no es generalizado, pero tampoco hablamos de casos tan aislados, pues en la medida que se actúa con democracia, control y transparencia emergen los corruptos como setas en un otoño lluvioso.

En la universidad pública de nuestro tiempo pueden darse algunas prácticas de corrupción económica, por aquello de no dar nunca por concluido un asunto. Pero con seguridad que son actuaciones menores y muy aisladas, dado el elevado grado de control y democracia interna, y de dependencia financiera externa, que por fortuna se ha impuesto desde el avance democrático que representó la Ley de Reforma Universitaria de 1983.

Pero con mucha más frecuencia se dan corrupciones de otro tipo, que son difíciles de superar todavía hoy. En los ambientes universitarios no resulta fácil extraer y obtener elementos de confirmación de muchas de las prácticas de corrupción que nos rodean de manera inmisericorde, pero claro que se dan. El catedrático que logra colocar a su mujer, a su hijo y demás parentela en su mismo Departamento, o en uno próximo que controla algún amiguete. El que se monta de vez en cuando medallas o un homenaje a su persona para culto de una vanidad tan patética como patológica, pero con acólitos mudos que le siguen. El mandarín que con estilo mafioso, <a lo corleone>, genera presión, acoso y clientelismo entre los débiles, y que nunca se jubila del todo, porque sus tentáculos son alargados. El profesor que añora los tiempos de una cátedra “more feudale” para dictar órdenes en todo lo que se mueva en su entorno, sometiendo a persecución total y ostracismo a quien se atreve a contradecirle , o tener opinión diferente. El profesor (también en femenino) que no atiende a sus alumnos de forma debida, que los desprecia y suspende sin contemplación ni explicación, el que no aparece por el aula porque detesta la docencia con los alumnos, y envía de forma sistemática al ayudante para que le resuelva la oscura papeleta de la relación cotidiana con los estudiantes. El listado de casos y causas es muy largo, y cortamos aquí.

La defensa de la ética real en la vida cotidiana de las instituciones educativas, y en concreto las universidades, tiene un valor añadido, por el carácter preventivo y ejemplarizante que desempeña la educación (y sus instituciones) para la ciudadanía de cualquier edad. Por eso debe ser un reto moral permanente de todos los implicados en la educación, en la universidad, pero también de toda instancia ciudadana, que desde un Estado de derecho deben ir denunciando y corrigiendo las muchas corruptelas que se producen. En beneficio de la salud moral y ciudadana de todos. De eso habla este recomendable libro que Hallak y Poisson han preparado para lectura y cumplimiento de muchos paises del mundo, incluidos los de nuestro entorno.

José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es

 

 

 

CRÓNICA

Cartas desde la ilusión

Querido Amigo:

En mi carta anterior te hablaba de nuestro propósito, como centro educativo, de constituirnos y funcionar como una comunidad de aprendizaje.

Confieso que no fue fácil conseguir un consenso para tomar esta decisión (que, por supuesto, sólo asumiríamos desde el consenso, y no desde la división; si no hay consenso, estas nuevas propuestas están condenadas al fracaso, como sabes). Pero había un factor que obraba en nuestro favor: todos estábamos convencidos de la necesidad de cambiar. Una vez que se manifestó este consenso, comenzamos a hacer una campaña de reflexión sobre lo que supondría la organización de nuestro centro como una comunidad de aprendizaje. Sabíamos que esto era un desafío para nuestro desarrollo personal y profesional, y que todos estábamos dispuestos a aceptar este reto con todas sus consecuencias.

La campaña de reflexión giró en torno a algunos pensamientos formulados por investigadores en este ámbito. Así, nuestro slogan inicial fue la frase formulada por Lucianne Carmichael: “Teachers are the first learners” (los profesores son los primeros aprendices). Puedes suponer la cantidad de pensamientos que afloraron del grupo de profesores como consecuencia de haber asumido voluntariamente esta realidad.

Junto con este slogan, resultó muy productivo, también, el contacto con esta otra sentencia: “Muchos teóricos del Diseño Instruccional están pidiendo enfoques más situados del diseño de la instrucción, animando a los profesores y a los grupos locales a apropiarse del proceso de diseño y adaptar sus métodos y objetivos a las necesidades de los alumnos y a las de todas las personas interesadas en el proceso (Wilson, Teslow & Osman-Jouchoux, 1995). Aceptar esto supone dos cosas muy importantes: 1) los profesores somos los que tenemos que decidir qué y cómo aprenden nuestros alumnos, cosa que hasta ahora había decidido el Ministerio de Educación a través de los libros de texto homologados, y 2) nuestra actividad educativa tiene que girar en torno a los alumnos y a su necesidades en nuestro contexto concreto, y no en torno a necesidades “académicas” supuestamente universales. Una consecuencia práctica que se deriva de esto es la eliminación de la importancia de los libros de texto, que, en adelante, pasarán a ser libros de consulta, junto con otras fuentes primarias y secundarias que no tienen por qué estar homologadas por el Ministerio de Educación.

Adicionalmente, hemos reconocido la necesidad de crear un “ambiente de aprendizaje” en el que el aprendiz asume más dirección y control sobre los objetivos, los contenidos y los métodos (Wilson, 1996). Evidentemente, esto supone un cambio de actitud en el profesorado, pasando de actuar “por delante” de nuestros alumnos, a ser meros catalizadores del proceso que cuya dirección y responsabilidad tienen que asumir ellos (¿recuerdas cuántas veces te he comentado esta necesidad de que los profesores seamos “catalizadores” del proceso de aprendizaje de nuestros alumnos?). Hasta ahora, los profesores decidíamos los objetivos, los contenidos y los métodos… nuestro reto, en adelante, es conseguir que sean nuestros alumnos quienes tomen ese tipo de decisiones. Por supuesto, hemos asumido que estas decisiones se dejarán en manos de los alumnos en función de su edad y su madurez tanto personal, como grupal y académica. Hemos decidido, en consecuencia, que durante la Educación Básica o Primaria, seamos los profesores quienes asumimos esa responsabilidad, pero, a la vez, habremos de promover un entrenamiento lento, aunque constante, para que, al llegar a la Educación Secundaria, ya sean nuestros alumnos capaces de asumir esa responsabilidad. Es una cuestión de entrenamiento tanto de nosotros mismos como de nuestros alumnos, y es un gran reto que se basa en la confianza creciente en nuestros alumnos como personas y como individuos capaces de ir encontrando, poco a poco, las líneas directrices de su trabajo futuro (en esto no olvidamos la complicidad y la colaboración de los padres). Así estaremos “en línea” con las exigencias que impone el desarrollo de la competencia de “aprender a aprender”.

No quiero cansarte más, y te dejo, pero con esta nueva cita de DuFour & Eaker (1998) que nos ha servido mucho en nuestra reflexión: “Si los centros quieren ser significativamente más eficaces, tienen que romper con el modelo industrial sobre el que fueron creados y abrazar el nuevo modelo que les capacita para funcionar como organizaciones de aprendizaje. Preferimos caracterizar las organizaciones de aprendizaje como ‘comunidades de aprendizaje profesional’ por varias razones vitales. Mientras el término ‘organización’ sugiere una asociación basada en la eficacia, la conveniencia y los intereses recíprocos, la ‘comunidad’ pone un mayor énfasis en las relaciones, los ideales compartidos y una cultura fuerte, todos ellos factores que son críticos para la mejora del centro educativo. El reto para los educadores es crear una comunidad de compromiso, una comunidad de aprendizaje profesional. Parece muy simple, pero, como dice el viejo adagio, ‘el diablo está en los detalles’”.

Como siempre, salud y felicidad.

Juan A. Castro Posada
juancastrop@gmail.com

 

 

 

PRIMEIRA COLUNA

Saber empreender

É nas alturas de crise que se criam as oportunidades. Nunca antes a questão do empreendedorismo foi tão debatida nas instituições de ensino superior portuguesas. O incutir nos jovens a necessidade de inovarem, de arriscarem naquilo em que acreditam, de criarem eles próprios ideias de negócios, numa lógica pró-activa, começa a dar os seus resultados nas mais variadas áreas.

O concurso Poliempreende, desenvolvido pelos institutos politécnicos portugueses, é um bom exemplo de como se podem desenvolver ideias de negócio, envolvendo toda a comunidade académica, e criando condições para que esses projectos consigam singrar. O concurso teve inicio no Politécnico de Castelo Branco e numa primeira edição apenas envolveu alunos e docentes das escolas daquela instituição. Rapidamente o Poliempreende cativou os restantes institutos politécnicos e hoje envolve todas essas instituições, assim como parceiros de elevada credibilidade. As universidades também desenvolveram os seus programas para que os seus alunos sejam empreendedores e há empresas de ponta que nasceram assim.

Mas se os desafios, como o Poliempreende, são importantes para aguçar a arte dos estudantes e docentes, a inclusão de disciplinas ou de matérias relacionadas com o empreendedorismo nos diferentes cursos, é uma realidade em muitas instituições. Este pequeno grande pormenor pode fazer a diferença num País em que a mentalidade que vincou durante muitos anos foi a de que bastava um curso para se ter um emprego garantido. Acontece que a sociedade evoluiu, o mundo mudou e as oportunidades não podem ser vistas apenas entre duas linhas e na expectativa de que alguém irá ter com os jovens diplomados oferecendo-lhes o tão almejado emprego, de preferência com um vencimento que não envergonhe quem andou no ensino superior. Isso não existe e a oportunidade dos jovens diplomados poderem desenvolver as suas oportunidades de negócio deve ser vista com seriedade.

As instituições de ensino superior perceberam isso e muitas autarquias também. Uniram esforços e além da teoria, criaram parcerias para abrirem incubadoras de empresas, permitindo que os jovens ao concretizarem as suas ideias de negócio tivessem um espaço para começar a trabalhar. Acolhendo-os durante um determinado período. Como bem referiu a Ministra do Emprego, Helena André, em Beja, este tipo de estruturas pode e deve potenciar o futuro. Assim as instituições consigam articular-se entre si de forma firme e sem burocracias, para que quem decide apostar no seu próprio negócio não fique preso às teias dos papéis e das reuniões indecisivas de que os serviços públicos são mestres. Se estes obstáculos conseguirem ser eliminados, o País e os jovens diplomados sairão a ganhar...

João Carrega
carrega@rvj.pt
 

 

 

CRÓNICA

Ainda José Saramago

Um dos textos de José Saramago que mais me impressionaram, foi em Objecto Quase, editado em 1978, o conto A Cadeira. As obras fundamentais do escritor não tinham visto então a luz do dia.

A narrativa poderosa e metafórica de A Cadeira é algo que nunca esquece, por mais anos que vivamos. Lembro-me que a minúcia era tanta, a descrição era tal, que quase exasperava. Porém, era impossível largar o texto. Teve que ser lido por uma vez e só no fim pude desfrutar do prazer que tal leitura me proporcionou.

O texto de que falo era metáfora da célebre queda sofrida pelo ditador Salazar em 1968: “A cadeira começou a cair, a ir abaixo, a tombar, mas não, no rigor do termo, a desabar”…

A cadeira dos nossos dias, no rigor do termo, não estará igualmente a desabar.

O bicho que lhe mina a madeira e deixa buracos, quase sulcos, não passam de pueris armadilhas. Também a almofada que forra o assento, sendo o suporte ideal para quem se instala com nenhuma vontade de levantar o rabo, é podre e mal cheirosa. Fede de mentiras, de promessas não cumpridas e de tantas outras malfeitorias, que a simples insinuação do utente de se levantar é imediatamente julgada como nova malfeitoria.

Dizem alguns, em alegada defesa do sentado, que não é a cadeira de antanho; esta é uma cadeira democrática, desconfortável, onde só tem assento quem for dono de um elevado espírito de sacrifício e sentido patriótico. Pois seja então. Não se sacrifique mais por esta gentalha em pé: levante-se e caminhe, não se lhe pede tamanho sacrifício.

Não faltarão cadeiras oferecidas quais rameiras, estofadas, em mogno ou design modernaço, mas cadeiras. Democráticas ou não, capazes de suportar tamanho rabo, ainda que à custa das nossas costas…

A cadeira parece assim recorrente na história portuguesa, bem como a dança das cadeiras. Mas não é a dança que nos preocupa agora; preocupa-nos simplesmente a cadeira e a forma como se senta quem dela faz lugar absoluto contra tudo e contra todos.

Deixemos pois, que se mantenha sentado, mas não para que descanse ou lhe pareça que todos os que estão de pé foram invadidos duma espécie de comiseração para com o instalado, e muito menos que aguardam pacientemente a destruição pelo bicho da madeira. Não, desta feita, é necessário deitar a cadeira abaixo.

João de Sousa Teixeira
teijoao@gmail.com

 

© 2002-2010    RVJ Editores, Lda.