CRÓNICA SALAMANCA
Honores y Distinciones

El peso del boato, oropeles, ceremonial
y protocolo que caracterizan a las universidades, en especial aquéllas
más antiguas de procedencia directa de la Edad Media (Salamanca y
Coimbra, ambas con origen del siglo XIII, son un perfecto ejemplo muy
cercano), nos remite a la tradición eclesiástica.
Vestimentas, actos, música, textos en latín para ciertos ceremoniales
universitarios resultan vistosos, esotéricos, atractivos en fin,
precisamente en un mundo como el nuestro, tan corrosivo para las formas
establecidas desde siglos atrás, tan refractario a los valores y formas
consolidadas, y tan partidario de la moda efímera, de los cambios de
imagen, de nuevo “look” cada temporada, y cosas equivalentes.
Es la contradicción que se observa en las universidades entre la
persistencia de formatos clásicos, eclesiásticos, ceremoniosos, y la
deconstrucción secular y laica defendida por ciertos sectores
iconoclastas de profesores universitarios respecto a lo que fue inmóvil,
rígido y resistente ante los embates del progreso, en ocasiones de tono
anticlerical incluso. Esta tensión se mantiene viva en nuestras
universidades, sobre todo en aquéllas que poseen este rico patrimonio
ceremonial.
Pero parece que a las universidades más recientes de todo el mundo les
surge un interés impetuoso y desorbitado por apropiarse de tales
ceremoniales y estilos de hacer, de reconocimiento social y
universitario. Y no sólo a las universidades, sino sobre todo a ciertos
políticos y empresarios, que desean verse adornados en su currículo por
distinciones especiales como los doctorados honoris causa, y otras
equivalentes, o de menos rango, pero distinciones y fotos
complementarias al fin.
Ejemplos de lo que indicamos lo encontramos en las universidades
importantes de todo el mundo, desde Estados Unidos a Japón, desde
Iberoamérica a las de Europa, que son el punto de apoyo, el origen del
modelo de tales actos. Todo político y empresario de nivel que se preste
desea ser investido con el birrete y la muceta, y los faldones clásicos,
propios del traje universitario, cualquiera que fuese la variedad
elegida, y hay mucho donde escoger.
Recuerdo precisamente a este efecto una reunión celebrada en Coimbra en
2005, con motivo de la celebración de los 20 años de creación del
Coimbra Group, donde se reunían rectores y vicerrectores de las 24
universidades europeas más antiguas. Aquello era un auténtico desfile de
modelos de trajes académicos de toda Europa, la mayoría con resonancias
del siglo XVI, etapa en que se multiplica el número de universidades por
razones científicas y religiosas propia de la época. Era una posibilidad
única de disfrutar de gran variedad de formatos, vestimentas, colores,
formas, medallones, birretes de lo más lucido y hermoso.
Y precisamente en ese contexto se otorgó con todo merecimiento a tres
profesores extranjeros el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de
Coimbra . Habían tenido relación científica con el Alma Mater de
Portugal, y sobresalían por actividades científicas en diferentes campos
de la docencia y la investigación. Nada tenemos que objetar a ese
reconocimiento, puesto que para eso se fue creando el honor y
reconocimiento del Honoris Causa Doctor.
El problema se plantea cuando se instrumentaliza el honor y la
distinción por los políticos, o por los empresarios, sin méritos
científicos reconocidos. La Universidad de Salamanca tiene en su
historia ejemplos lamentables de algunos políticos, dictadores para más
señas (Franco, o Primo de Rivera), que obligaron o “recomendaron”
conceder tal distinción a tales políticos, por razones de interés
general. Ello podría más tarde resultar favorable a la universidad que
lo otorga, llámese a eso compensación indirecta en forma de privilegios,
concesiones, dinero, permisos, y cosas parecidas.
La Universidad Complutense de Madrid, con mucha menos historia que
Salamanca, sin embargo se ve con frecuencia metida en jaleos y asuntos,
a veces turbios, como consecuencia de actuaciones poco meditadas. Sin ir
más lejos, nos vale el ejemplo de hace unos años. al conceder el
Doctorado Honoris Causa a Mario Conde, un empresario brillante pero
corrupto, que ha pasado bastantes años en la cárcel, y que engañó
impunemente a las autoridades universitarias madrileñas del momento, y a
miles de ciudadanos antes. Hay que tener cuidado, desde luego.
Más prudente es cultivar el mecenazgo de políticos y empresarios por
otras vías menos científicas, y con otro significado honorífico. Nos
parece muy bien que la Universidad de Salamanca, hace pocas semanas,
haya distinguido como Consiliario de Honor al Presidente de la República
Dominicana, Leonel Fernández Reyna. Con ese motivo se firma un convenio
mediante el cual se crea en nuestra universidad la Cátedra República
Dominicana, sostenida por aquel gobierno caribeño, para impulsar los
estudios de Ciencias Sociales, Jurídicas y Humanidades. De acuerdo con
este tipo de mecenazgo y honores.
Pero conceder distinciones como el Doctorado Honoris Causa (que en una
universidad de prestigio son palabra mayor) a personas, políticos o
empresarios, que no son académicos, y que no tienen un prestigioso
currículo científico, de verdad, es otra cuestión. Y nos puede pasar en
cualquier momento.
José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es
UNIVERSIDAD SALAMANCA
Premio 'Colección de
Estudios 2009'
Un equipo de investigadores liderados por
el profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Salamanca
Ricardo Rivero Ortega ha sido galardonado con el premio ‘Colección de
Estudios 2009’, auspiciado por el Consejo Económico de Castilla y León (CES),
por su trabajo desarrollado en torno al tema de ‘Impacto de la
transposición de la Directiva de Servicios en Castilla y León’, eje
argumental del certamen en su segunda convocatoria.
El galardón reconoce la labor desarrollada por el grupo de docentes,
formado por una veintena de especialistas pertenecientes a seis
universidades distintas e integrado por catedráticos y profesores
titulares de derecho constitucional, administrativo, laboral, mercantil
e internacional privado.
El premio, dotado con doce mil euros, se asocia a la edición de la
Colección de Estudios de contenido económico y social que desde el año
1999 edita el CES y persigue ampliar las posibilidades de investigación
y difusión de la realidad económica y social de la región.
El equipo de investigación está formado por las siguientes personas:
Ricardo Rivero Ortega, Dámaso Javier Vicente Blanco, Helena Villarejo
Galende, M.ª Amparo Salvador Armendáriz, Teresa Medina Arnáiz, Valentín
Merino Estrada, Pilar Martín Ferreira, Íñigo Sanz Rubiales, Miguel Ángel
Sendín García, Carmen Herrero Suárez, Antonio Cidoncha Martín, Francisco
Javier Matía Portilla, Tomás de la Cuadra-Salcedo Janini, Milagros
Alonso Bravo, M.ª Azucena Escudero Prieto, Noemí Serrano Argüello,
Zulima Sánchez Sánchez, Eduardo Gamero Casado, Pedro Antonio Pimenta da
Costa Goncalves y José Carlos Laguna de Paz.
OPINIÃO
Cartas desde la
ilusión
En esta ocasión voy a cumplir mi palabra
y te voy a contar cómo utilizamos la técnica de “la tortuga Pepe” en el
aula.
Ante todo, he de decirte que les propuse a mis alumnos el uso de la
técnica antes de que se incorporase su nuevo colega, que, como sabes, es
el niño hiperactivo que la Inspección de Zona nos pidió integrar en el
grupo. Tuvimos la ocasión de practicarla media docena de veces. Además,
mis alumnos aceptaron el acuerdo de iniciar la técnica cada vez que uno
de ellos lo pidiera. De esta manera, se resta “protagonismo” al profesor,
y son los propios alumnos los que toman la iniciativa. Así, también, el
nuevo alumno se encontraría en un aula donde esa técnica se utiliza “de
una manera habitual y con normalidad”.
Esta técnica se basa en la siguiente historia, que se cuenta y comenta a
los alumnos:
Hace mucho tiempo, en una época muy lejana, vivía una tortuga pequeña y
risueña. Tenía ...... años y justo acababa de empezar ......... de
primaria. Se llamaba Pepe-tortuga. A Pepe-tortuga no le gustaba ir a la
escuela. Prefería quedarse en casa con su padre y su hermanito. No
quería estudiar ni aprender nada: sólo le gustaba correr y jugar con sus
amigos, o pasar las horas mirando la televisión.
Le parecía horrible tener que leer y leer, y hacer esos terribles
problemas de matemáticas que nunca entendía. Odiaba con toda su alma
escribir y era incapaz de acordarse de apuntar los deberes que le pedían.
Tampoco se acordaba nunca de llevar los libros ni el material necesario
a la escuela. En clase, nunca escuchaba a la profesora y se pasaba el
rato haciendo ruiditos que molestaban a todos. Cuando se aburría, que
pasaba a menudo, interrumpía la clase chillando o diciendo tonterías que
hacían reír a todos los niños.A veces, intentaba trabajar, pero lo hacía
rápido para acabar enseguida y se volvía loco de rabia, cuando, al
final, le decían que lo había hecho mal. Cuando pasaba esto, arrugaba
las hojas o las rompía en mil trocitos. Así pasaban los días...
Cada mañana, de camino hacia la escuela, se decía a sí mismo que se
tenía que esforzar en todo lo que pudiera para que no le castigasen.
Pero, al final, siempre acababa metido en algún problema. Casi siempre
se enfadaba con alguien, se peleaba constantemente y no paraba de
insultar. Además, una idea empezaba a rondarle por la cabeza: «soy una
tortuga mala» y, pensando esto cada día, se sentía muy mal.
Un día, cuando se sentía más triste y desanimado que nunca, se encontró
con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia,
tenía por lo menos 100 años, y de tamaño enorme.
La gran tortuga se acercó a la tortuguita y deseosa de ayudarla le
preguntó qué le pasaba: «¡Hola! -le dijo con una voz profunda- te diré
un secreto: no sabes que llevas encima de ti la solución a tus
problemas».
Pepe-tortuga estaba perdido, no entendía de qué le hablaba. «¡Tu
caparazón! -exclamó la tortuga sabia-. Puedes esconderte dentro de ti
siempre que te des cuenta de que lo que estás haciendo o diciendo te
produce rabia. Entonces, cuando te encuentres dentro del caparazón
tendrás un momento de tranquilidad para estudiar tu problema y buscar
una solución. Así que ya lo sabes, la próxima vez que te irrites,
escóndete rápidamente».
A Pepe-tortuga le encantó la idea y estaba impaciente por probar su
secreto en la escuela. Llegó el día siguiente y de nuevo Pepe-tortuga se
equivocó al resolver una suma. Empezó a sentir rabia y furia, y cuando
estaba a punto de perder la paciencia y de arrugar la ficha, recordó lo
que le había dicho la vieja tortuga.
Rápidamente encogió los bracitos, las piernas y la cabeza y los apretó
contra su cuerpo, poniéndose dentro del caparazón. Estuvo un ratito así
hasta que tuvo tiempo para pensar qué era lo mejor que podía hacer para
resolver su problema. Fue muy agradable encontrarse allí, tranquilo, sin
que nadie le pudiera molestar.
Cuando salió, se quedó sorprendido de ver a la maestra que le miraba
sonriendo, contenta porque había podido controlar. Después, entre los
dos resolvieron el error («parecía increíble que con una goma, borrando
con cuidado, la hoja volviera a estar limpia»). Pepe-tortuga siguió
poniendo en práctica su secreto mágico cada vez que tenía problemas,
incluso a la hora del patio. Pronto, todos los niños que habían dejado
de jugar con él por su mal carácter, descubrieron que ya no se enfadaba
cuando perdía en un juego, ni pegaba sin motivos. Al final del curso,
Pepe-tortuga lo aprobó todo y nunca más le faltaron amiguitos.
Hoy he ocupado un poco más de espacio que lo habitual. En la próxima
carta te comentaré los resultados que vamos obteniendo.
Como siempre, un abrazo muy fuerte, con todos mis deseos de salud y
felicidad.
Juan A. Castro
juancastrop@gmail.com
www.me-ayudas.com
CRÓNICA
Segurança

Não deveria ser esta a minha crónica;
teria preferido escrevê-la após as eleições europeias, mas pedem-me que
assim seja, por motivos de antecipação da edição deste número de Junho
de Ensino Magazine. Não perderá por isso.
Tratarei doutro tema, aliás recorrente na nossa sociedade: a segurança
dos cidadãos.
A tendência dos partidos de direita e forças conservadoras é a aplicação
da velha receita do reforço das forças policiais e do agravamento das
medidas punitivas, sempre que se verificam perturbações sociais, sem
cuidarem de saber se esses acontecimentos resultaram de difíceis
condições de vida ou outras formas de repressão mais penosas e de mais
longa duração. Daqui até ao racismo e à xenofobia vai um pequeno passo;
uma linha *invisível*, a maior parte das vezes embrulhada em capa de
patriotismo, que não passa evidentemente de nacionalismo revanchista e
bafiento, aliás de fácil identificação política e ideológica.
Não quero aqui neste espaço esmiuçar – nem tenho competência para isso –
este tema, que sendo de importância relevante para a sociedade, merece
ser tratado de forma cuidada por quem estudou a matéria e, de forma
séria, se interesse em procurar soluções sustentadas para combater as
difíceis condições de vida de cada vez mais amplos sectores da nossa
sociedade, que são, em meu entender, a causa profunda destes fenómenos.
O argumento mais estulto é quase sempre aquele que advoga o preço a
pagar pelo progresso da sociedade, e, o mais insultuoso, o que propõe o
agravamento constante de leis punitivas; a repressão. É assim nos
bairros pobres do Porto, de Lisboa e de Setúbal, mas também de outras
localidades menos mediáticas, mas não menos flageladas pelas miseráveis
condições de trabalho, de saúde, de habitação e de exclusão social.
Por outro lado (isto tem outro lado…), as autoridades, o Estado, que tem
mantido ao longo do tempo o *statu quo*, a par de medidas avulsas de
intervenção social, dá formação às forças de segurança, capacitando-as
para uma melhor actuação nas situações agudas de crise.
Não sei como esta formação é ministrada, que conceitos transmite, qual a
sua regularidade, qual o grau de aproveitamento dos agentes envolvidos.
Sei que estes, infelizmente, a maior parte das vezes actuam mal, muito
mal. Regra geral, o que vem a seguir a uma qualquer acção de actuação
policial é, e sempre com carácter corporativo, no mau sentido, a
justificação para o disparo que feriu ou matou, a desculpa para o
espancamento, a evasiva quanto ao modo como tudo teve início.
Defendo pois que se aprofundem medidas capazes de combater as
desigualdades sociais, mas também que aos agentes de autoridade se
transmita a humildade que é necessária a um cidadão fardado e não apenas
folclore político.
Dizia-me o meu querido amigo Carlos Vale, ilustre cronista do
hebdomadário Povo da Beira, que em tempos idos, uma criatura sobejamente
conhecida pela polícia, ou pelo menos identificada na zona por onde
circulava, Campolide, sempre que a fome lhe roía o estômago e as noites
frias de Inverno o faziam bater o dente, “acampava” à porta de armas da
esquadra da polícia e bradava com violência calculada para que todos o
ouvissem: eu, Augusto José da Silva, mais conhecido pelo Gué, vou matar
o chefe da esquadra de Campolide, e é já!...
O Chefe da Esquadra ordenava então aos agentes de serviço:
- Vão lá buscá-lo, dêem-lhe de comer e deixem-no dormir no calabouço. 
João de Sousa Teixeira
teijoao@gmail.com
PRIMEIRA COLUNA
Saber decidir

Milhares de famílias vão, nos próximos
meses, decidir sobre o futuro escolar dos seus filhos no ensino
superior. Uma decisão que não é fácil e que deve ser sustentada em
diferentes factores como a escolha do próprio aluno, a qualidade dos
cursos, empregabilidade, custo da formação, proximidade das
instituições, saídas profissionais, etc. É claro que a nota de
candidatura estabelece intervalos de escolha, mas saber tomar a decisão
acertada impõe alguma reflexão quer por parte dos jovens estudantes,
quer por parte das suas famílias.
Saber decidir implica ainda conhecer a realidade do ensino superior em
Portugal, e nalguns casos noutros países europeus, como Espanha. Importa
saber, com exactidão, o que as instituições são, aquilo que desenvolvem,
a investigação que promovem. Ao longo dos últimos 11 anos, o Ensino
Magazine tem-se assumido como a única publicação nacional – já com cariz
ibérico e com distribuição nos Palop’s - , que liga as instituições à
comunidade. Que, de forma objectiva, mostra aquilo que é a vida das
instituições de ensino superior (e também dos ensinos básico e
secundário). Que, de forma gratuita, garante aos jovens estudantes e às
suas famílias informação suficiente para poderem tomar decisões
acertadas para o futuro. Informação que passa pelos cursos existentes,
mas também por tudo aquilo que, ao longo do ano, é o trabalho das
Universidades e Politécnicos.
Milhares de jovens e suas famílias procuram hoje o Ensino Magazine como
uma fonte de informação, quer junto das escolas básicas e secundárias –
a maioria tem protocolo de distribuição com o nosso jornal -, quer nas
próprias instituições de ensino superior, de Portugal Continental e
Ilhas, nos centros de juventude, associações de estudantes e... agora
com o calor a apertar nas praias portuguesas. Mas também através da
assinatura do Ensino Magazine, cujo número de membros tem aumentado
significativamente e que se juntam aos mais de 200 mil leitores
efectivos que todos os meses lêem o nosso jornal.
Nos principais certames dedicados ao ensino, como a Futurália (em
Lisboa, na FIL), Qualific@ (Exponor – Porto), Fitec (ExpoSalão –
Batalha), MBA’s e Pós Graduações (Lisboa e Porto) – de que fomos
parceiros -, o Ensino Magazine foi uma publicação procurada por milhares
de jovens estudantes, docentes e encarregados de educação, engrossando
desta forma o número de assinantes regulares. A própria página de
internet (www.ensino.eu) é hoje uma das mais visitadas das publicações
dedicadas à educação. Também nessa plataforma a informação está
disponível, assim como os links para as instituições de ensino superior
nossas parceiras.
Saber decidir obriga a estar bem informado. Da nossa parte continuaremos
a informar, e a estar de mãos dadas com os estudantes, as famílias e as
instituições de ensino.
Boas decisões e boas leituras.
João Carrega
carrega@rvj.pt
CONTRA-BAIXO
O papel digital

Preciso do toque e do cheiro do papel.
Este é um dos comentários que ouço com frequência quando se debate o
suporte para notícias ou a suposta emergência do livro digital.
Pessoalmente, estou muito dividido. Cada vez com maior frequência, leio
jornais em linha, mas continuo a ser consumidor de versões de papel,
embora tenha reduzido a frequência com que o faço. Lembro-me dos tempos
nos quais comprava dois ou até três semanários, ao fim-de-semana. Aquilo
era um festim de papel e nem sempre de leitura. Desde muito cedo,
habituei-me a comprar e ler um jornal diário. Nos últimos tempos esse
hábito esmoreceu um pouco e vejo-me a privilegiar a leitura de notícias
na internet. Também acontece frequentemente, chegar às notícias através
de mensagens de correio electrónico que me são enviadas por amigos. Sou
leitor diário de uma série de jornais e canais que utilizam a Web como
suporte e passo mais tempo a ler notícias e outros artigos do que
passava há uns quinze ou vinte anos.
Tudo isto foi acontecendo muito naturalmente e nos últimos dois anos
intensificou-se a mudança. Por outro lado, há muitas situações em que
faço por ler textos e determinados documentos em versão digital, para
evitar imprimir, com óbvios ganhos em termos ambientais e redução de
custos associados à impressão.
Com o livro a situação é muito diferente. Já tentei em diversas
situações e com objectivos distintos, ler obras em versão digital e
nunca consegui passar das primeiras páginas. Há o lado ritual da leitura
mas há também o lado do silêncio: exterior e interior. O monitor de
qualquer leitor digital vem associado a um conjunto de ruídos visuais
que me colocam problemas, após alguns momentos de leitura. O que é
curioso é o facto de isso só me acontecer na leitura, pois quando
escrevo não tenho – ou penso não ter -qualquer problema de decibéis
associado ao ecrã. Depois há aquela coisa do objecto. Tocar, folhear,
cheirar um livro são, para mim, acções indissociáveis da leitura do
livro. Pergunto-me se será sempre assim. Parece-me que sim, mas as
coisas mudam e, como se tem visto, mudam muito depressa.
Lembrei-me deste assunto após dois dias de reflexão a propósito da
Crítica Musical, num Fórum que teve lugar recentemente. Um dos
participantes sugeriu que, para contornar as cada vez maiores limitações
de espaço para a crítica no jornal em papel, se fizesse o que já é muito
usado no caso de entrevistas e apresentar em linha uma versão mais
desenvolvida da mesma. Quando ouvi esta sugestão pensei imediatamente
que se isso acontecer poderá deixar de fazer sentido a versão em papel,
pois passará a ser apenas a ser um aperitivo para a reflexão a sério que
se encontrará apenas num outro suporte. Ou seja, a substância estará em
outro lado e porque não ir directamente até ela?
Como já referi, continuo muito dividido. Gosto muito dos velhos
suportes, mas não perco um dia, ou quase, sem estar em contacto com as
plataformas digitais. Não creio que tenha que haver um vencedor. A
coabitação será a melhor opção e é por isso mesmo que é importante na
escola não perder de vista o livro – não apenas o livro escolar –
enquanto nos deixamos tomar pelo fascínio da tecnologia e das suas
possibilidades para melhorar a aprendizagem e o conhecimento dos nossos
filhos. 
Carlos Semedo
carlossemedo@gmail.com
PAU DE GIZ
Preso à corda
De raça indefinida, a gravata branca no
pêlo preto, baixote e bem disposto, era filho do Lord que viajou de
Nelas no comboio a pagar bilhete de cão e de uma cadela dos arredores.
Desde cachorro, o Bau esperava por mim ao portão viesse donde viesse, se
viesse de bicicleta lá estava ele adivinhando o momento e estou a vê-lo,
e às infalíveis fatia de torta e laranjada Bussaco entre o ditado e as
contas e a garrafa da Sagres na prova de desenho à vista, no dia em que
aprontei o exame da quarta na escola do Bairro da Horta d’ Alva. Ao
regressar, do indispensável e solene acto que me classificou, com
distinção, os obrigatórios quatro anos passados na escola primária, fui
recebido com os parabéns da família e os pinotes dele à chegada como se
percebesse o alarido que se estava ali a passar.
Seguiram-se dois anos atrás do liceu, os primeiro e segundo nos baixos
do Senhor Tenente a comungar línguas de gato por hóstias na celebração
em latim, a D. Luzia montava o altar numa mesa baixa coberta por uma
toalha de renda na marquise do primeiro andar.
Nos sábados de sol, fardado da Mocidade Portuguesa, contemplava no
saibro do pátio as sombras emaranhadas do pelotão a acertar passo na
ordem unida, que em sábado de chuva as actividades circunescolares
alternavam entre bailes na garagem ou concertos e cantoria no quarto
grande das cinco camas, uns ou outros abrilhantados a acordeão.
Aos domingos começavam bem cedo os rituais de planear e distribuir as
tarefas : descer à arrecadação, carregar o fogão a serradura, esperar
que ateasse, amornar as fornadas de água, acarretar os baldes para
encher o chuveiro de zinco e, sendo a sequência dos banhos por idades e
sexos e a lógica a ditar as raparigas primeiro, passava-se nisto a manhã
porque éramos dez na mesma casa. Depois, em rebanho, a missa nos
fradinhos, o alarido ao almoço e, de tarde, ajeitados e inspeccionados
os trabalhos para casa, autorizava-se um passeio ao Paço ou uma visita
de prospecção ao Barrocal.
Sem rádio, nem televisão, só na segunda feira e por ouvir dizer sabíamos
o que acontecera, se acontecia. Ao fim de semana, raramente, a rotina se
confundia mas se calhava ir a casa lá estava ele ao portão a abanar o
rabo, atinando com a nossa chegada pela balbúrdia, rua abaixo, do motor
da furgoneta da Fonte Santa.
No terceiro ano voltei a casa e a dormir na cama de madeira. Habituei-me
a andar para baixo a para cima, na camioneta das sete e meia, a escolher
o desdobramento às segundas retardando o regresso, quando, a meio do
primeiro período chega a carta com a ordem de transferência para Coimbra
e toca a despedir-me, à pressa, deste mês e meio meio fora do controle
apertado da minha encarregada de educação, o outro meio a achar que
replicava a primária por ter voltado a casa e ao quarto de dentro, onde,
como dantes, sem ninguém dar conta o Bau aparecia para se enroscar e
lamber-me a cara até lhe gritar já chega. Troquei o nosso cão, as suas
beijoquices e o sabor das sandes de molho no Saibreiro pelo desagrado de
não conhecer nem o caminho para essoutro liceu.
Fui degredado, preso à corda.
Da doutor João Jacinto ao D. João III é uma lonjura e, ao sair de casa,
no meu primeiro dia de aulas, Dia dos Fiéis Defuntos, senti e, só de
pensar, ainda hoje sinto a boca seca.
Aos poucos, a confundir os tempos livres nos matraquilhos da Amoreirinha
ao perde paga a dez tostões, com poupar os trinta centavos da viagem de
carro eléctrico, do mercado à Dias da Silva, para lhe poder comprar uma
prenda no Natal, depressa empandeirei as saudades de casa e esse aforro
gastei-o na coleira vermelha que lhe ficava a matar.
Agora, bom, agora tenho um filme mudo projectado no lençol estendido na
memória, tendo por cenário o quintal, sendo sábado, o relógio da torre
bate a meia passada das onze e nem o tear do Fígaro se ouve.
Com os olhos rasos descortino um cortejo de personagens familiares,
tristes como a noite, a olharem-me de enxada às costas. Na cena seguinte
apareço a encovar desordenado na terra pesada à sombra da figueira, do
buraco nascem raízes brancas como dedos da mão e outras grossas como
braços de menino seguem, encaminhadas, na direcção onde há água e fica o
poço.
No pano desdobrado passou a minha avó Mendes a acomodar o Bau nos resto
da serapilheira, meteu-o no cesto sem asas.
Confirmo que não é um dos cesto de ir lavar a lã ao Ponsul, dos que
foram caravela ao faz de conta se calhava partirmos os dois à
descoberta, mar adentro, no encapelado do terraço.
Pressenti o guião da película porque, ao chamá-lo, o Bau já não acudiu
e, só de pensar, ainda hoje sinto a boca seca.
Encontrei-o morto junto à capoeira a escumar branco da boca e, estando
ele aconchegado em rosmaninho, desapertada a coleira que tenho pendurada
no dedo mindinho, no esvoaçar melancólico do lençol leio fim.
António Luís Caramona
paudegiz@gmail.com
|